Todo lugar por el que pasamos a
lo largo del día tiene un responsable, alguien, ya sea un individuo o una
comunidad (de forma consciente o inconsciente) que ha decidido que sea así.
Cualquier espacio en el que se
vaya a desarrollar actividad humana debe responder al objetivo de ser habitado
de una u otra forma. El que una alarmante proporción de lo construido en este
país no responda a este objetivo básico, no es un hecho casual.
El abandono cada vez mayor del
arraigo social y del compromiso cívico, acentuado por una mayor estacionalidad
de las personas (nomadismo) y por una cultura que históricamente enfrenta lo
público y lo privado (lo propio y lo común), trae consigo una despreocupación
acerca del espacio público en el que se asienta e, incluso, de su propio
espacio privado.
La sociedad ha delegado en el
mercado el diseño de estos espacios, relegando y marginando a todos aquellos
sectores (como la arquitectura) que no se rigen exclusivamente por las leyes mercantiles.
Las normativas hipertrofiadas,
innecesarias en un mundo exigente y racional, se parecen cada vez más a
calificaciones que se exigen en los productos financieros para su tasación. De
esta forma, se suplanta la labor y la responsabilidad de los técnicos, que únicamente
asumen una función notarial, imposible de comprender y tolerar por la sociedad.
El espacio público, la
construcción, la vivienda, son transformados en productos financieros, bienes
especulativos, dinero en forma de ladrillo. La industria deja de tener como
cliente al usuario y pasa a estar al servicio del inversor.
El resultado; edificios y barrios
sin criterio arquitectónico o social alguno, extendidos sobre enormes
superficies de terreno por las que es imposible sentir arraigo. La edificación no
se diseña con el fin de ser habitada como prioridad, dejando de cubrir muchas
de las necesidades vitales.
Lo construido, construido está, y
ninguna solución realista puede partir de la idea de deshacer lo ya hecho. En
nuestra opinión, el reto será transformar y reenfocar todo aquello que fue
levantado sobre objetivos equivocados. Debemos centrar los esfuerzos en
regenerar los espacios de la vida cotidiana y apartar los focos de los
elementos extraordinarios, del artificio.
Nada de esto será posible sin la
existencia de una sociedad informada y exigente, que se reivindique como
auténtico objetivo y beneficiario de todo cuanto se construye, y consciente de
que puede aspirar a mucho más de lo que se le ha ofrecido hasta ahora.